miércoles, 18 de diciembre de 2013

Las Flores del Mal


CUARTA LECTURA: Las flores del mal de Baudelaire

Si pincháis sobre el libro accederéis al enlace para descargarlo


 Las flores del mal


Este libro sacudió a la opinión pública desde que, con su publicación, provocara el proceso de Baudelaire, debido a su lenguaje considerado procaz y blasfemo. Además de pagar una multa, el autor se vio obligado a quitar seis de sus poesías, que recién volverían a ver la luz en las ediciones posteriores a 1911.
Las flores del mal, más que un conjunto de poemas, es un libro completo de principio a fin. Los 126 poemas que componen la primera edición (luego la obra se ampliaría) aparecen divididos en seis libros: “Spleen e ideal”, que refleja la nostalgia del poeta, canta sus miserias y reflexiona sobre los vicios y las miserias humanas contrapuestas a una inalcanzable belleza absoluta; “Cuadros parisinos”, composiciones casi fotográficas que describen los suburbios; “El vino”, “Las flores del mal”, “Rebelión”, considerados los itinerarios de evasión, donde se recolectan escenas de miseria, locura y depravación, y que condensan las blasfemias que tantos problemas le conllevaran al autor; “La muerte” cierra la obra.
Baudelaire era consciente de que sus poemas eran una provocación a la sociedad hipócrita de su tiempo –el Segundo Imperio Francés y la burguesía conservadora y católica que rodeaba a Napoleón III-, pero para él el arte debía prescindir de todo, inclusive de la moral. Considerado poeta “maldito” debido a su vida bohemia y de excesos, además de la visión del mal que impregna toda su obra, dejaría su impronta en los albores de la literatura moderna, y funcionaría como una gran influencia para los poetas posteriores, especialmente para el simbolismo y el parnasianismo.

Retratos de la sociedad decadente de la modernidad, Baudelaire consigue con sus poemas llegar al lector. Si bien hoy en día sus poemas no pueden resultar tan provocadores como lo fueron en su momento (por el lenguaje soez y las dosis de erotismo) al leerlos intuimos la fuerza avasalladora que contienen estos versos. El principal enemigo que hay que combatir es el Tedio, y Baudelaire no retrocede, sino que lo mira a los ojos y le escupe la cara.
SOBRE EL AUTOR Y LA ÉPOCA

BOUDELAIRE: LAS FLORES DEL MAL


ENLACE:
http://andrespr5.files.wordpress.com/2013/09/5-las-flores-del-mal.pdf

http://lenguaieslaorden.wikispaces.com/file/view/Las%20flores%20del%20mal%2C%20de%20Charles%20Baudelaire.pdf/404838244/Las%20flores%20del%20mal%2C%20de%20Charles%20Baudelaire.pdf




ACTIVIDAD: COMENTARIO CRÍTICO

ACTIVIDAD PARA 1º DE BACHILLERATO:

Aquí os dejo el texto del que debéis realizar el comentario crítico. Lo podéis hacer en el propio blog como comentario. Si alguien lo prefiere, me lo puede mandar por correo o traerlo hecho el miércoles después de las Navidades (día 8 de enero del 2014)

TEXTO PERIODÍSTICO

Dos terceras partes de la población tiene un peso normal, de acuerdo a las normas médicas, pero prácticamente todos ellos quieren adelgazar. Si se trata de mujeres, aún más. La mitad de las chicas que vemos delgadas se ven a sí mismas gordas. Su ideal sería estar flacas. Lo flaco se opone a lo gordo como lo bello a lo feo, la liviandad se opone a la pesantez como el bien al mal. En otro tiempo las mujeres manifestaban con su cuerpo la condición de madres; con grasa y proteínas para proveer a los bebés. Ahora el modelo materno se incluye entre las gordas y, cuando el embarazo desaparece, la protagonista aspira a borrar de inmediato todo indicio de su anterior condición. En el mundo tan sólo un 2% de la población posee las medidas y el peso de las profesionales y los profesionales que desfilan en las pasarelas. Una modelo suele pesar entre 15 y 18 kilos menos que una mujer considerada normal. La consecuencia es que el modelo se hace de todo punto inalcanzable y la sensación de hallarse en falta cruza de un lado a otro la humanidad occidental. Estar gordo no puede estarlo siquiera el señor rico porque denota en su obesidad alguna ignominia, un gansterismo ominoso o un abuso despiadado de la explotación. El multimillonario no alude hoy, con su figura, a una bolsa repleta de oro sino a la idea genial, como de artista, que ha conseguido hechizar al público y atraer magnéticamente ingresos. Ingresos que, a su vez, no pesan, flotan, patinan, aparecen o se esfuman en las pantallas. Pero si la economía es intáctil, el capital ingrávido, las empresas transparentes, ¿cómo asombrarse de la obsesión por enflaquecer? El punto máximo de la elegancia es el hueso y todo aquello que se le adhiere debe cuidar de no hacerse notar. El estilo del mundo tiende a lo sucinto, al tono simplificado y digital: los aparatos ligeros, las comunicaciones sin cables, la música sin instrumentos, la gimnasia sin esfuerzo, la alimentación sin calorías, la realidad virtual. El peso parece de otra época mientras el siglo XXI se desarrolla en el aire, como una emanación de las cosas sin las cosas, como una voz de los volúmenes sin espesura, como una historia descargada de destino, un presente inconsútil y aligerado de más allá.

Vicente Verdú: “Delgadez”, en El País, febrero de 2004


COMENTARIO CRÍTICO DE UN TEXTO PERIODÍSTICO "En hoteles"

EN HOTELES de Luis Miguel Rufino

Quizá tratando de emular a algún compatriota de los que en el siglo XIX descubrieron territorios vírgenes en África, en la década de los 70, a un lord inglés se le ocurrió explorar la zona de Zahara de los Atunes, hacia Atlanterra, al sur de Cádiz, y sin buscarlo, se encontró con un paraíso. No se lo pensó demasiado: compró un cortijo —e llamaba “de la Plata”— y montó un hotel al que, por entonces, sólo acudían compatriotas románticos.

Algo después, Pepe, un joven zahareño trabajaba para el lord como camarero en el hotel. Entre enero y junio de 1980, la mayor parte del tiempo, sólo tuvieron un cliente al que servir. Se trataba de otro inglés, solitario y callado, que se pasaba el día encerrado en su habitación tocando la guitarra. Por las tardes, el guitarrista bajaba al salón y jugaba interminables partidas de billar con Pepe. Aunque no se entendían, se dieron buena y mutua compañía alrededor del tapete verde, entre tiza y bolas de marfil. Y así pasaron seis meses. Cuando llegó el buen tiempo, el guitarrista, como casi todos los clientes de los hoteles, simplemente, se fue.

La industria hotelera, uno de nuestros sectores de más puja, ha cambiado mucho desde entonces, aunque por suerte, una parte de ella lleva un tiempo empeñada en virar el rumbo y retomar modelos más clásicos. Aquellos establecimientos pequeños con trato personalizado —como el Cortijo de la Plata— dieron paso a las grandes cadenas, con sus confortables habitaciones llenas de detalles —acero y cristal— y recepcionistas que no distinguen quién es cliente y quién no.


En los últimos tiempos se prodigan las pequeñas instalaciones en las que hoteleros vocacionales de nuevo cuño, en general, “desertores” de otros sectores productivos donde lograron un alto grado de bienestar económico y profesional, se vuelcan en tratar exquisita y personalmente a sus huéspedes. Gracias a ellos —si no contamos el viaje apresurado de trabajo en el que el hotel es sólo un abrevadero de paso— la mayoría hemos vuelto a disfrutar de estos establecimientos pequeños (algunos los llaman “con encanto”) donde un desconocido nos trata como si, de verdad, nos apreciara mucho.
El 17 de octubre de 1980, el único cartero que servía en Zahara le entregó un paquete a Pepe, el camarero. Provenía de Londres y dentro del envoltorio, había un disco LP de vinilo. La portada era roja con una franja azul. El título del disco era “Making movies” y dentro, había una foto del inglés solitario que tocaba la guitarra y jugaba al billar. Por lo visto, el tipo se llamaba Mark Knopfler y en un breve texto agradecía a Pepe la ayuda que, sin quererlo, le había prestado para componer aquellas siete canciones. El zahareño reconoció de inmediato su favorita, la segunda de la cara A, la titulada “Romeo & Juliet”, la que con más trabajo nació durante aquellos meses.




Comentario crítico de "En hoteles" hecho por Alejandro Gacía (2º Bach.)

En este artículo, el autor, Luis Miguel Rufino, realiza un análisis de la industria hotelera de finales del XIX y del XX. El escritor relata, en forma de anécdota, cómo un inglés descubre un bello territorio al sur de Cádiz y decide instalar ahí un hotel. Apenas tenían clientes, sin embargo, los pocos que se alojaban allí agradecían el trato tan personal que ofrecía el pequeño hotel. Tanto que, Pepe, el camarero del establecimiento, entabló amistad con uno de sus huéspedes, otro inglés, a pesar de no hablar el mismo idioma. Con esta historia el autor defiende el sistema hotelero clásico, en instalaciones pequeñas y donde el huésped se sienta tranquilo y relajado, en un ambiente familiar y con un servicio individualizado donde el usuario puede sentirse a gusto.

El autor pretende hacer una crítica al modelo hostelero moderno, donde se prima la cantidad de clientes que puede albergar un hotel (con el fin de obtener mayores beneficios, se sobrentiende) que la calidad de alojamiento que pueda ofrecer, en cuanto a trato con el cliente se refiere.  De ahí que cada vez los hoteles sean más grandes y cuenten con todo tipo de lujos, para intentar "ocultar" esta carencia. Y así, los consumidores, especialmente los que tienen mayores recursos económicos, se guiaban por la cantidad de lujos y comodidades que poseía un hotel para hospedarse en él y no en otro (las famosas "estrellas", según el grado de "confort"). 

De la misma forma, el autor también menciona que en la actualidad están apareciendo cada vez más hoteles que recuperan el "modelo clásico" que hemos comentado. Hace hincapié en que las personas que se incorporan a esta industria huyen de otros sectores (llamándolos "desertores"), probablemente debido a que han perdido sus trabajos o no están satisfechos con los que tienen prueban suerte en el sector servicios.



Quizá por la crisis económica, que obliga a las personas a buscar otras alternativas más asequibles, o quizá porque, simplemente, los gustos van cambiando, aquel modelo que antepone el trato al cliente antes que los lujos, está regresando.

Comentario crítico de "En hoteles" hecho por Tatiana García (2º Bach.)



Se utiliza la palabra “humana” para hacer referencia a una persona comprensiva y sensible a los infortunios ajenos, y bien, ¿cuántos humanos “humanos ” quedan?

Individualista es el término perfecto para denominar la sociedad en la que vivimos, una sociedad carente de cualquier rasgo humano. Inmensos en cuestiones laborales y económicos, vivimos en una carrera continúa por alcanzar… ¿qué? ¿un aislamiento total?

Ya nadie se preocupa por el niño que llora desorientado en el supermercado o de la señora que es incapaz de bajar las escaleras, ya, ni siquiera nos importa el trato a aquellos que nos dan de comer. Un buen ejemplo es el que el artículo nos propone, los grandes hoteles. Ostentosos edificios cargados de toda clase de servicios y lujos que resultan atractivos al consumidor, y dan la imagen de facilitar la estancia, ostentosos edificios carentes de carisma en mi humilde opinión.

No hay nada más frío que llagar a la recepción y que desconozcan si eres un recién llegado, o esperas para reclamar sobre la limpieza de tu habitación o, simplemente, eres un turista algo “descolocado”. Supongo que es la desventaja del tránsito de tantas personas, volvemos al individualismo.


Por estos motivos, entre otros, coincido con Luis Miguel Rufino en que es un placer residir en pequeños hoteles, como el Cortijo de la Plata, llenos de calor humano y donde la convivencia implica renunciar al individualismo. Donde nada más llegar intuyen quién eres y donde su mayor preocupación es hacerte sentir… humano.