viernes, 7 de febrero de 2014

COMENTARIO CRÍTICO "Muerte en la carretera"

Muerte en la carretera

      Más de setenta muertos se han cobrado ya las carreteras. Y aún no ha mediado la Navidad. Ni ha llegado la noche horrenda con la que tantos parecen querer despedir un año y recibir otro luciendo todas las galas de su ruidosa vulgaridad y su estulticia. ¿Qué cifras tendremos el siete de enero? ¿Qué siniestro regalo de vidas truncadas, familias deshechas, amores y amistades rotas, nos dejarán este año los Reyes Malos de la velocidad y los coches? ¿Cuántas soledades no empezarán estos días? ¿Cuántas miradas de amor no tendrán como objeto más que las fotografías?

       Mueren los fumadores, víctimas de su placer. Mueren los bebedores y los drogadictos, víctimas de su insatisfacción. Mueren los enfermos, víctimas de males contra los que miles de científicos y médicos luchan a diario. Pero, ¿de qué es víctima quien muere en la carretera? ¿Del placer de la velocidad? ¿De la sensación de poder que da conducir una máquina poderosa y bella? ¿Del mal estado o trazado de las carreteras, o de fallos mecánicos? Éstos serían los menos. Tengo para mí que la mayoría muere a causa de la despreocupación y del azar. Serían síntomas que harían de esta muerte la más representativa de un estado de cosas en el que desde hace ya muchos años vivimos.

         Sobre el azar poco hay que decir. Sólo que la carretera le da más posibilidades de jugar con nosotros de las que ha tenido nunca: dos máquinas buscando una circunstancia en la que su encuentro sea mortal para quienes van en ellas. Algo fatídico, en lo que cuentan décimas de segundo. En cuanto a la despreocupación, creo que tiene que ver con un relativismo extremo, resuelto en un nihilismo de masas que quita todo valor a todo; con el mercado y el consumo como leyes universales, impuestas con más rigor de lo que ningún credo religioso o político lo fue jamás; con la transmutación de valores que se opera en el universo de la publicidad, según el cual sólo se puede ser consumiendo, porque sólo se es lo que se tiene; con un sentido enfermo y compulsivo del viaje, que ha desaparecido como tal –ir placentera y tranquilamente de un lugar a otro– para convertirse en apurada llegada a una meta; con la confusión entre lo importante y lo urgente; con una aceleración y una prisa –las más de las veces injustificadas– que apremian como demonios interiores.  

       ¿Cómo podrían evitarse estas muertes? No sólo con la mejora de las carreteras o la revisión de los coches –lo que, desde luego, rebajaría mucho su número–, sino sobre todo con esa forma de autoestima y de amor a los otros que, en los conductores, se llama prudencia. El problema es que, si lo primero se logra con una buena gestión de los recursos públicos y la debida atención a nuestros coches, lo segundo es más difícil. Porque se conduce como se vive, se vive como se es o como nos obligan a ser; y cambiar el ser –o las condiciones que lo determinan– es más difícil que cambiar el firme de una carretera o el aceite de un coche. Es una cuestión, sobre todo, de valores.
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    Carlos Colón, en www.diariodesevilla.es (28 de diciembre de 2001)




COMENTARIO CRÍTICO


          Desde 1960 han muerto en nuestras carreteras una media de 1350 personas durante cada año, lo que nos da un total  de 71.550 víctimas mortales. Las causas de estas muertes se las podríamos achacar al mal estado de las carreteras; aunque nos equivocaríamos profundamente porque la principal causa de muerte en las carreteras somos nosotros mismo con nuestra despreocupación, y nuestro propio egoísmo, no nos importa la vida de los demás solo nos interesamos poder llegar lo antes posible. Y esto queramos o no es así, porque todos hemos dicho alguna vez: acelera en esta recta, si casi nunca hay coches o no me pongo el cinturón, si  total no vamos a tardar nada.

      Esta despreocupación viene de la mano de la actual sociedad nihilista cuyo único objetivo es consumir y consumir, ¿para qué? Para poder ser personas, porque lamentablemente en esta sociedad solo se mira lo que tienes y no lo que eres. ¿Y quién ha sido el culpable de este nihilismo? La publicidad, querido lector, que nos bombardea con sus anuncios cuando leemos un periódico, cuando navegamos por Internet o cuando vemos la tele. Convirtiendo en algo casi imposible  vivir un día sin ver un solo anuncio del nuevo móvil, el mejor coche, o la televisión con más canales. Otro gallo cantaría si en lugar de atormentarnos con sus sórdidos anuncios, los fabricantes dejaran de hacer publicidad y destinaran ese dinero a mejorar sus propios productos. Así pues,  si nos dejáramos de preocupar por consumir más que nuestro vecino  y atendiéramos  aun más a solidarizarnos con los demás, nos encontraríamos con la solución no solo del problema de la muerte en la carretera si no con la solución de otros muchos problemas (como por ejemplo la pobreza)

      Por ello si no nos preocupáramos tanto por llegar rápido y nos tomáramos más en serio la vida de los demás, os aseguro que las 1128 víctimas mortales del año pasado se reducirían como mínimo a la mitad. Así pues, si no corremos, no conducimos ebrios, nos ponemos el cinturón y, en definitiva, somos más prudentes, además de evitar nuestra propia muerte, evitaremos la de los demás. El problema aquí es que muchos conductores, afortunadamente la mayoría, si que conducen de forma responsable, pero existen otros que conducen de forma poco prudente, provocando este tipo de personas la mayor parte de esas 1128 muertes. Sería, por ello, muy importante que si no valoramos nuestra vida y nos da igual morir o vivir, tuviéramos consideración por aquellos que si aman la vida.

     En resumen,  el problema de las muertes  en la carretera tiene una solución simple, una disminución  de la despreocupación de cada uno de nosotros como miembros de la sociedad que se traduce en un aumento de la prudencia. Así, este concepto no solo lo deberíamos aplicar a la hora de conducir sino que lo deberíamos tener en cuenta en todos los aspectos de nuestra vida.

      Por último para terminar me gustaría finalizar con una frase de un famoso escritor del Siglo de Oro español llamado Baltasar Gracián, que resume muy bien esta idea de prudencia que vengo proponiendo a lo largo de este texto: “ Es cordura provechosa ahorrarse disgustos. La prudencia evita muchos’’


Alexis Béjar López 1ºBACH E (Ciencias)

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