Muerte en la carretera
Más de setenta
muertos se han cobrado ya las carreteras. Y aún no ha mediado la Navidad. Ni ha
llegado la noche horrenda con la que tantos parecen querer despedir un año y
recibir otro luciendo todas las galas de su ruidosa vulgaridad y su estulticia.
¿Qué cifras tendremos el siete de enero? ¿Qué siniestro regalo de vidas
truncadas, familias deshechas, amores y amistades rotas, nos dejarán este año
los Reyes Malos de la velocidad y los coches? ¿Cuántas soledades no empezarán
estos días? ¿Cuántas miradas de amor no tendrán como objeto más que las
fotografías?
Mueren los fumadores,
víctimas de su placer. Mueren los bebedores y los drogadictos, víctimas de su
insatisfacción. Mueren los enfermos, víctimas de males contra los que miles de
científicos y médicos luchan a diario. Pero, ¿de qué es víctima quien muere en
la carretera? ¿Del placer de la velocidad? ¿De la sensación de poder que da
conducir una máquina poderosa y bella? ¿Del mal estado o trazado de las
carreteras, o de fallos mecánicos? Éstos serían los menos. Tengo para mí que la
mayoría muere a causa de la despreocupación y del azar. Serían síntomas que
harían de esta muerte la más representativa de un estado de cosas en el que desde
hace ya muchos años vivimos.
Sobre el azar poco hay
que decir. Sólo que la carretera le da más posibilidades de jugar con nosotros
de las que ha tenido nunca: dos máquinas buscando una circunstancia en la que
su encuentro sea mortal para quienes van en ellas. Algo fatídico, en lo que
cuentan décimas de segundo. En cuanto a la despreocupación, creo que tiene que
ver con un relativismo extremo, resuelto en un nihilismo de masas que quita
todo valor a todo; con el mercado y el consumo como leyes universales,
impuestas con más rigor de lo que ningún credo religioso o político lo fue
jamás; con la transmutación de valores que se opera en el universo de la
publicidad, según el cual sólo se puede ser consumiendo, porque sólo se es lo
que se tiene; con un sentido enfermo y compulsivo del viaje, que ha
desaparecido como tal –ir placentera y tranquilamente de un lugar a otro– para
convertirse en apurada llegada a una meta; con la confusión entre lo importante
y lo urgente; con una aceleración y una prisa –las más de las veces
injustificadas– que apremian como demonios interiores.
¿Cómo podrían evitarse estas muertes? No sólo con la mejora de las carreteras o
la revisión de los coches –lo que, desde luego, rebajaría mucho su número–,
sino sobre todo con esa forma de autoestima y de amor a los otros que, en los
conductores, se llama prudencia. El problema es que, si lo primero se logra con
una buena gestión de los recursos públicos y la debida atención a nuestros
coches, lo segundo es más difícil. Porque se conduce como se vive, se vive como
se es o como nos obligan a ser; y cambiar el ser –o las condiciones que lo
determinan– es más difícil que cambiar el firme de una carretera o el aceite de
un coche. Es una cuestión, sobre todo, de valores.
.
COMENTARIO CRÍTICO
Desde 1960 han muerto en
nuestras carreteras una media de 1350 personas durante cada año, lo que nos da
un total de 71.550 víctimas mortales. Las causas de estas muertes se las
podríamos achacar al mal estado de las carreteras; aunque nos equivocaríamos
profundamente porque la principal causa de muerte en las carreteras somos
nosotros mismo con nuestra despreocupación, y nuestro propio egoísmo, no nos
importa la vida de los demás solo nos interesamos poder llegar lo antes
posible. Y esto queramos o no es así, porque todos hemos dicho alguna vez: “acelera en esta recta,
si casi nunca hay coches” o “ no me pongo el cinturón, si total no vamos a tardar nada”.
Esta despreocupación viene de la
mano de la actual sociedad nihilista cuyo único objetivo es consumir y
consumir, ¿para qué? Para poder ser personas, porque lamentablemente en esta
sociedad solo se mira lo que tienes y no lo que eres. ¿Y quién ha sido el
culpable de este nihilismo? La publicidad, querido lector, que nos bombardea
con sus anuncios cuando leemos un periódico, cuando navegamos por Internet o
cuando vemos la tele. Convirtiendo en algo casi imposible vivir un día
sin ver un solo anuncio del nuevo móvil, el mejor coche, o la televisión con
más canales. Otro gallo cantaría si en lugar de atormentarnos con sus sórdidos
anuncios, los fabricantes dejaran de hacer publicidad y destinaran ese dinero a
mejorar sus propios productos. Así pues, si nos dejáramos de preocupar
por consumir más que nuestro vecino y atendiéramos aun más a
solidarizarnos con los demás, nos encontraríamos con la solución no solo del
problema de la muerte en la carretera si no con la solución de otros muchos
problemas (como por ejemplo la pobreza)
Por ello si no nos preocupáramos
tanto por llegar rápido y nos tomáramos más en serio la vida de los demás, os
aseguro que las 1128 víctimas mortales del año pasado se reducirían como mínimo
a la mitad. Así pues, si no corremos, no conducimos ebrios, nos ponemos el
cinturón y, en definitiva, somos más prudentes, además de evitar nuestra propia
muerte, evitaremos la de los demás. El problema aquí es que muchos conductores,
afortunadamente la mayoría, si que conducen de forma responsable, pero existen
otros que conducen de forma poco prudente, provocando este tipo de personas la
mayor parte de esas 1128 muertes. Sería, por ello, muy importante que si no
valoramos nuestra vida y nos da igual morir o vivir, tuviéramos consideración
por aquellos que si aman la vida.
En resumen, el problema de las
muertes en la carretera tiene una solución simple, una disminución
de la despreocupación de cada uno de nosotros como miembros de la sociedad
que se traduce en un aumento de la prudencia. Así, este concepto no solo lo
deberíamos aplicar a la hora de conducir sino que lo deberíamos tener en cuenta
en todos los aspectos de nuestra vida.
Por último para terminar me gustaría
finalizar con una frase de un famoso escritor del Siglo de Oro español llamado
Baltasar Gracián, que resume muy bien esta idea de prudencia que vengo
proponiendo a lo largo de este texto: “ Es cordura provechosa ahorrarse disgustos. La prudencia evita muchos’’
Alexis Béjar López
1ºBACH E (Ciencias)
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