sábado, 29 de marzo de 2014

COMENTARIO CRÍTICO DE SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR


Decíase que había entrado en el seminario para hacerse cura, con el fin de atender a los hijos de una su hermana recién viuda, de servirles de padre; que en el seminario se había distinguido por su agudeza mental y su talento y que había rechazado ofertas de brillante carrera eclesiástica porque él no quería ser sino de su Valverde de Lucerna, de su aldea perdida como un broche entre el lago y la montaña que se mira en él.
            Y ¡cómo quería a los suyos! Su vida era arreglar matrimonios desavenidos, reducir a sus padres hijos indómitos o reducir los padres a sus hijos, y sobre todo consolar a los amargados y atediados y ayudar a todos a bien morir.
            Me acuerdo, entre otras cosas, de que al volver de la ciudad la desgraciada hija de la tía Rabona, que se había perdido y volvió, soltera y desahuciada, trayendo un hijito consigo, don Manuel no paró hasta que hizo que se casase con ella su antiguo novio Perote y reconociese como suya a la criaturita, diciéndole:
            –Mira, da padre a este pobre crío que no le tiene más que en el cielo.
            –¡Pero, don Manuel, si no es mía la culpa…!
            –¡Quién lo sabe, hijo, quién lo sabe…! y, sobre todo, no se trata de culpa.
            Y hoy el pobre Perote, inválido, paralítico, tiene como báculo y consuelo de su vida al hijo aquel que, contagiado de la santidad de don Manuel, reconoció por suyo no siéndolo.

Miguel de Unamuno: San Manuel Bueno, mártir.

Aquí os dejo un comentario crítico hecho en un examen de 2º de Bach. 
Perote, el bueno de Perote. El hombre que aceptó como hijo a uno que no era suyo por recomendación de un “santo” y, tras haber caído enfermo, solo contó con el consuelo de éste para vivir. ¿Qué ha de pensar Perote? ¿qué fue cosa del azar de la vida?, ¿qué Dios, misericordioso, se apiadó de la deshonra que suponía para él aceptar a ese hijo y le concedió su ayuda en los momentos de flaqueza?
¿Ha de pensar Perote que no hay vida tras esta de paralítico? o ¿debe afianzar su fe, ahora que la parálisis se apodera de sus piernas y creer que Dios se volverá a apiadar de su situación y lo salvará?
El conflicto no existe, no hay debate entre lo que Perote ha de hacer o no. El desacuerdo reside en la naturaleza humana y en lo que nos resulta más fácil o más consolador creer. Y del paralítico, no tengo la menor de las ideas, sin embargo, sí conozco el problema moral que acarrea el creer para vivir tranquilo y feliz o el negar escuchando a la razón.
Es difícil inclinar la balanza hacia un extremo o hacia otro, puesto que he visto al más ateo rezar en hospitales junto a enfermos y al más certero en su fe negarla o, al menos, ponerla en duda ente fechorías.
Considero, pues, que hemos de abstenernos en valorar al creyente, al agnóstico o al ateo, dado que desconocemos el sufrimiento o las consecuencias que puede conllevar serlo.
¿O no sufre el creyente cuando no es premiada su buena conducta tanto como el ateo que no le da sentido a la vida?
Es esta, en el fondo, no solo una cuestión que se planteaba Unamuno, sino que nos preguntamos todos de modo inconsciente o no.
 Tatiana García Muñoz, 2º Bach. B

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