Decíase que había entrado en el
seminario para hacerse cura, con el fin de atender a los hijos de una su
hermana recién viuda, de servirles de padre; que en el seminario se había
distinguido por su agudeza mental y su talento y que había rechazado ofertas de
brillante carrera eclesiástica porque él no quería ser sino de su Valverde de
Lucerna, de su aldea perdida como un broche entre el lago y la montaña que se mira en él.
Y ¡cómo quería a los
suyos! Su vida era arreglar matrimonios desavenidos, reducir a sus padres hijos
indómitos o reducir los padres a sus hijos, y sobre todo consolar a los
amargados y atediados y ayudar a todos a bien morir.
Me acuerdo, entre
otras cosas, de que al volver
de la ciudad la desgraciada hija de la tía Rabona, que se había perdido y volvió, soltera y desahuciada,
trayendo un hijito consigo, don Manuel no paró hasta que hizo que se casase con
ella su antiguo novio Perote y reconociese como suya a la criaturita,
diciéndole:
–Mira, da padre a este
pobre crío que no le tiene más que en el cielo.
–¡Pero, don Manuel, si
no es mía la culpa…!
–¡Quién lo sabe, hijo,
quién lo sabe…! y, sobre todo, no se trata de culpa.
Y hoy el pobre Perote,
inválido, paralítico, tiene como báculo y consuelo de su vida al hijo aquel
que, contagiado de la santidad de don Manuel, reconoció por suyo no siéndolo.
Miguel
de Unamuno: San Manuel Bueno, mártir.
Aquí os dejo un comentario crítico hecho en un examen de 2º de Bach.
Perote,
el bueno de Perote. El hombre que aceptó como hijo a uno que no era suyo por
recomendación de un “santo” y, tras haber caído enfermo, solo contó con el
consuelo de éste para vivir. ¿Qué ha de pensar Perote? ¿qué fue cosa del azar
de la vida?, ¿qué Dios, misericordioso, se apiadó de la deshonra que suponía
para él aceptar a ese hijo y le concedió su ayuda en los momentos de flaqueza?
¿Ha
de pensar Perote que no hay vida tras esta de paralítico? o ¿debe afianzar su
fe, ahora que la parálisis se apodera de sus piernas y creer que Dios se
volverá a apiadar de su situación y lo salvará?
El
conflicto no existe, no hay debate entre lo que Perote ha de hacer o no. El
desacuerdo reside en la naturaleza humana y en lo que nos resulta más fácil o
más consolador creer. Y del paralítico, no tengo la menor de las ideas, sin
embargo, sí conozco el problema moral que acarrea el creer para vivir tranquilo
y feliz o el negar escuchando a la razón.
Es
difícil inclinar la balanza hacia un extremo o hacia otro, puesto que he visto
al más ateo rezar en hospitales junto a enfermos y al más certero en su fe
negarla o, al menos, ponerla en duda ente fechorías.
Considero,
pues, que hemos de abstenernos en valorar al creyente, al agnóstico o al ateo,
dado que desconocemos el sufrimiento o las consecuencias que puede conllevar
serlo.
¿O
no sufre el creyente cuando no es premiada su buena conducta tanto como el ateo
que no le da sentido a la vida?
Es
esta, en el fondo, no solo una cuestión que se planteaba Unamuno, sino que nos
preguntamos todos de modo inconsciente o no.
Tatiana
García Muñoz, 2º Bach. B
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