Su vida era activa, y no
contemplativa, huyendo cuanto podía de no tener nada que hacer. Cuando oía eso
de que la ociosidad es la madre de todos los vicios, contestaba: «Y del peor de
todos, que es el pensar ocioso». Y como yo le preguntara una vez qué es lo que
con eso quería decir, me contestó: «Pensar ocioso es pensar para no hacer nada
o pensar demasiado en lo que se ha hecho y no en lo que hay que hacer. A lo
hecho pecho, y a otra cosa, que no hay peor que remordimiento sin enmienda».
¡Hacer!, ¡hacer! Bien comprendí yo ya desde entonces que don Manuel huía de
pensar ocioso y a solas, que algún pensamiento le perseguía.
Así es
que estaba siempre ocupado, y no pocas veces en inventar ocupaciones. Escribía
muy poco para sí, de tal modo que apenas nos ha dejado escritos o notas; mas, en cambio, hacía de memorialista
para los demás, y a las madres, sobre todo, les redactaba las cartas para sus
hijos ausentes.
Trabajaba
también manualmente, ayudando con sus brazos a ciertas labores del pueblo. En
la temporada de trilla íbase a la era a trillar y aventar, y en tanto
aleccionaba o distraía a los labradores, a quienes
ayudaba en estas faenas. Sustituía a las veces a algún enfermo en su tarea. Un
día del más crudo invierno se encontró con un niño, muertito de frío, a quien su padre le enviaba a
recoger una res a larga distancia, en el monte.
─Mira
-le dijo al niño-, vuélvete a casa a calentarte, y dile a tu padre que yo voy a hacer el encargo.
Y al
volver con la res se encontró con el padre, todo confuso, que iba
a su encuentro. En invierno partía leña para los pobres. Cuando se secó aquel
magnífico nogal -«un nogal matriarcal» le llamaba-, a cuya sombra
había jugado de niño y con cuyas nueces se había durante tantos años regalado,
pidió el tronco, se lo llevó a casa y, después de labrar en él seis tablas, que
guardaba al pie de su lecho, hizo del resto leña para calentar a los pobres.
Miguel de
Unamuno: San Manuel Bueno, mártir.
Ejemplo de un comentario crítico hecho durante un examen de 2º de Bach.
¿Lo
pasado, pasado está? Si así fuera no habría tantas preocupaciones de hechos
posteriores que nos atormentan a día de hoy.
Somos
seres sensibles y hasta la más mínima y absurda cosa nos afecta y nos hace
sentirnos tan dolidos. No todo se borra y no de todo “nos reiremos al
acordarnos”.
Puede
ser que de nuestro sentido del ridículo dependa el nivel de aflicción hacia el
recuerdo, pero todos tenemos alguno que nos marca, nos duele, y por él nos
fustigamos. Y ¿para qué?, ¿para qué seguir lamentándose si “el pasado, pasado
está”?
Ante
todo, no somos robots, como a veces ya nos gustaría, por ello no calculaos qué
hacer, cómo hacer o cómo decir algo en un momento dado. Somos espontáneos, sí,
algunos más que otros. Pero absolutamente nadie nace con un planning de su
vida. Actuamos tal y como ese órgano vital simbólico nos dicta, o como a no sé
que hemisferio cerebral le parezca bien.
¿Será
culpa de los sentimientos, eso de sentirnos perseguidos por recuerdos? ¿Tendrá
una persona autista remordimientos, quebraderos de cabeza, fantasmas del
pasado?
No
siempre se puede evitar que los pensamientos te reconcoman, y aunque Don Manuel
se mantenía ocupado en cuerpo y mente, ¿cómo se libraba de los sueños?
Imposible librarse, a veces los sueños son una ventolera de recuerdos
involuntaria, inesperada e incontrolable.
“Mente
sana, cuerpo sano”. “Las enfermedades del pensamiento” llamaría yo a la
ansiedad, la depresión, esos trastornos mentales, como no, todos deudores del
juego del “comecocos”
Sarah
Parra Martínez, 2º Bach. B
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