sábado, 29 de marzo de 2014

COMENTARIO CRÍTICO: "Los girasoles ciegos"

La primera vez que el capitán Alegría estuvo cerca del riesgo fue, precisamente, el día que comienza esta historia. Su decisión no fue la de unirse al enemigo sino rendirse, entregarse prisionero. Un desertor es un enemigo que ha dejado de serlo; un rendido es un enemigo derrotado, pero sigue siendo un enemigo. Alegría insistió varias veces sobre ello cuando fue acusado de traición. Pero eso ocurrió más tarde.
En una confidencia inoportuna que días más tarde utilizaría el fiscal militar para pedir su muerte con ignominia, Alegría confesó a un suboficial intachable que los defensores de la República hubieran humillado más al ejército de Franco rindiéndose el primer día de la guerra que resistiendo tenazmente, porque cada muerto de esa guerra, fuera del bando que fuera, había servido sólo para glorificar al que mataba. Sin muertos, dijo, no habría gloria, y sin gloria sólo habría derrotados.

Aunque se unió al ejército sublevado en julio de 1936, al principio estuvo bajo la indecisión de sus mandos, que no veían en aquel alférez provisional las cualidades de un guerrero y que destinaron finalmente a Intendencia, donde su rectitud y su formación serían más útiles que en el campo de batalla. Sin embargo, sabemos por los comentarios a sus compañeros de armas que un cansancio sumergido y el pasar de los muertos le transformó, según sus propias palabras, en un vivo rutinario. Aun así, a finales de 1938, fue ascendido al grado de capitán para premiar su celo.

Soy un rendido.

Los girasoles ciegos, Alberto Méndez

COMENTARIO CRÍTICO DE LA PRIMERA DERROTA

Pérdida, derrota, vencido, abatido, consuelo, etc. son palabras con sabor amargo, pero inevitablemente difíciles de asumir.

La derrota puede ser uno de los sentimientos más tristes que puede haber, a parte de la pérdida de un ser querido.

Personalmente, el hecho de ser vencido me provoca una gran rabia y frustración que produce un llanto desmedido que desemboca en un enfado hasta de varios días.

Los españoles sabemos mucho de esto y aunque siempre en nuestro fatídico historial haya más puntos rojos que verdes, la verdad está por encima de todo y es que nos cuesta mucho reconocer que "no sabemos perder".

Reflexionamos y reflexionamos sobre esa derrota y al fin y al cabo nos damos cuenta de que la vida sigue y simplemente son unas derrotas más en nuestra vida, a las cuales prefiero llamar "no-victorias".

Tal vez exagere un poco con este tema, pero uno de mis puntos débiles es la frustración y no puedo remediar expresarlo con tanto ímpetu. Me gusta distinguir dos tipos de frustración: la evitable y la inevitable.

La evitable se centra en el gobierno y la corrupción diaria que por culpa de unos pocos tenemos que sufrirla otros muchos. Por otra parte, la inevitable es la derrota de la vida de la que se habla en el texto y sufre el Capitán Alegría.

Provoca muchísima rabia y enerva los cerebros de algunos cuando pensamos por qué lo evitable tiene que ser lo inevitable y viceversa. ¿Por qué esa escoria política sin una buena base estudiantil son los que roban al pueblo con sus privilegios usando sus limusinas y sus pensiones vitalicias mientras hay gente muriéndose de hambre en las calles y por qué algunas personas les produce remordimientos, dolor y lágrimas perder una simple final de fútbol cuando no se dan cuenta de que esas reacciones las tendrían que tener sublevándose contra el poder en cualquier acto o manifestación?

Si hay alguna idea clara de la que estoy segura es la de una marcha contra el poder. No promuevo la violencia pero todavía recuerdo con orgullo, y no tengo raíces francesas, aquella toma del Palacio de Versalles por parte del pueblo parisino que consiguió con esfuerzo y valentía derrocar a Luis XVI del trono.

Quizás no desee una reacción tan violenta del pueblo, pero sí me llenaría de orgullo y satisfacción un pequeño susto del pueblo español ocupando la Moncloa con esa rabia y frustración que malgastamos en las derrotas cotidianas para que se dieran cuenta de una vez por todas y sufrieran en sus propias carnes el miedo y la soledad que siente un desahuciado desamparado que no tiene más que el frío suelo y su sucio cartón para poder sobrevivir día tras día en la puñetera calle.

Juan Antonio Pérez Lorente, 2º Bach. C

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