sábado, 29 de marzo de 2014

COMENTARIO CRÍTICO: "Los girasoles ciegos"

Ahora lamento no haber dicho a mis padres que el hermano Salvador me vigilaba, porque el día que se presentó en casa de improviso no estaban prevenidos. Llegó dando patadas a la puerta y gritando. Mi madre no tuvo más remedio que dejarle pasar. Recuerdo que la casa estaba casi sin muebles porque se los estaba llevando gente desconocida por razones que no me atrevía a preguntar pero que yo atribuía a su pobreza y no a la nuestra.

Entró como una exhalación llamándome y no dejó de vociferar hasta que me encontró en la cocina fingiendo leer Alicia en el País de las Maravillas. Me preguntó cómo estaba, me arrancó el libro de las manos, me lo devolvió inmediatamente y me pidió, sin esperar mi respuesta, que le dejara hablar un momento con mi madre.

Durante muchos años me ha atormentado el remordimiento por haber invocado a los leprosos para que se comieran a ese energúmeno que estaba haciendo daño a mi madre, porque cuando acudí aterrorizado al oír sus gritos, vi cómo mi padre, desangelado e impotente, se abalanzaba sobre el hermano Salvador que estaba a horcajadas sobre ella, que se protegía el rostro con las manos para evitar el aliento de aquel puerco que hocicaba en su escote. Mi padre había salido del armario.

Alberto Méndez, Los girasoles ciegos.


 Comentario crítico de un fragmento de la última derrota.


Años 30, plena Guerra Civil Española. Una situación incómoda, tanto para pueblo como para autoridades españolas. Un enfrentamiento. Dos bandos, el Republicano y el sublevado. Y más de 500.000 muertos, tanto civiles como militares. A parte de los grupos exiliados.

        En esta España de conflictos, las actividades sociales estaban casi prohibidas, debido a los toques de queda y a los enfrentamientos callejeros. Apenas había gente en la calle, ya que si había grupos de personas reunidas se podrían tomar represalias contra ellos.

        Esto me lleva a pensar en el miedo, en el terror y sobre todo, en el silencio que tuvieron que mantener miles de familias humildes y trabajadoras de España. Silencio, esa es la palabra que no hacia falta nombrar a los maridos de las esposas de entonces. Las mujeres, sabían perfectamente los comentarios y hechos que convenía que supieran los vecino aledaños. Solo hacían saber a sus convecinos la felicidad de su hogar, un hogar en el que se vivía felizmente y sin problema alguno.

        Estas mujeres de antaño, madres de sus hijos y esposas de sus maridos, han ido evolucionando con el tiempo a mejor, debido a los derechos y deberes que se les han concedido con la Declaración de los Derechos Humanos. Dichas mujeres han ido sacando, poco a poco, a la luz las acometidas de sus maridos, bueno, más o menos como ahora. 
      
        Cierto es, que los casos de violencia de género han ido descendiendo desde que nuestro queridísimo Adolfo Suárez aprobó la ley del divorcio y así miles de matrimonios con problemas pudieron separarse sin que los maridos pudieran causar males mayores en su relación. Aún así, con esta opción de separación, miles de mujeres, tanto españolas como extranjeras, han aguantado las acometidas de unos maridos machistas anclados en la mentalidad del pasado.

        No solo se dan casos de violencia machista en matrimonios, sino que también, miles de parejas jóvenes mantienen más o menos la misma situación. Hombres jóvenes, con no más de 20 años, tienen los mismos comportamientos que tenían los hombres de mediados del siglo XX. Y diréis, ¿por qué tienen estos comportamientos si no vivieron la época? Pues es muy fácil de contestar, simplemente, por la educación que se le ha dado y lo que han visto en su casa.

        En definitiva, a parte de que algunas personas, de verdad, tuvieran deficiencias graves, todos estos asesinatos, acometidas, represalias, agresiones tanto sexuales como físicas contra la mujer, todo esto, me parece el más claro ejemplo de la sociedad, una sociedad en la que a los hijos los dejan a sus suerte embobados con los móviles y aprendiendo de lo que ven, en vez, de ser educados aparte de por los profesores, por sus propios padres. Luego, pasa lo que pasa, que tienes a unos hijos descontrolados  e impulsivos capaces de hacer lo que sea por tener por completo el control  de su hogar. 

        Al fin y al cabo todo esto no pasaría si a los futuros integrantes de la sociedad se les educara en condiciones. La base de una buena vida de un niño o un adolescente es la educación y el respeto por y hacia los demás.


Alejandro Fuentes, 2º Bach. C

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