sábado, 29 de marzo de 2014

COMENTARIO CRÍTICO: "San Manuel bueno, mártir"

Así fui llegando a mis veinticuatro años, que es cuando volvió de América, con un caudalillo ahorrado, mi hermano Lázaro. Llegó acá, a Valverde de Lucerna, con el propósito de llevarnos a mí y a nuestra madre a vivir a la ciudad, acaso a Madrid. 
–En la aldea –decía– se entontece, se embrutece y se empobrece uno.  
Y añadía:
–Civilización es lo contrario de ruralización; ¡aldeanerías no!, que no hice que fueras al Colegio para que te pudras luego aquí, entre estos zafios patanes
Yo callaba, aún dispuesta a resistir la emigración; pero nuestra madre, que pasaba ya de la sesentena, se opuso desde un principio. «¡A mi edad, cambiar de aguas!», dijo primero; mas luego dio a conocer claramente que ella no podría vivir fuera de la vista de su lago, de su montaña, y sobre todo de su Don Manuel.  
–¡Sois como las gatas, que os apegáis a la casa! –repetía mi hermano. 
Cuando se percató de todo el imperio  que sobre el pueblo todo y en especial sobre nosotras, sobre mi madre y sobre mí, ejercía el santo varón evangélico, se irritó contra éste. Le pareció un ejemplo de la oscura teocracia en que él suponía hundida a España. Y empezó a barbotar sin descanso todos los viejos lugares comunes anticlericales y hasta antirreligiosos y progresistas que había traído renovados del Nuevo Mundo. 
En esta España de calzonazos --decía– los curas manejan a las mujeres y las mujeres a los hombres... ¡y luego el campo!, ¡el campo!, este campo feudal ... 
Para él, feudal era un término pavoroso; feudal y medieval eran los dos calificativos que prodigaba cuando quería condenar algo. 
Le desconcertaba el ningún efecto que sobre nosotras hacían sus diatribas y el casi ningún efecto que hacían en el pueblo, donde se le oía con respetuosa indiferencia. «A estos patanes no hay quien les conmueva». Pero como era bueno por ser inteligente, pronto se dio cuenta de la clase de imperio que Don Manuel ejercía sobre el pueblo, pronto se enteró de la obra del cura de su aldea. 
–¡No, no es como los otros –decía–, es un santo!  

Miguel de Unamuno, San Manuel Bueno, mártir.   

Como bien dice la frase “siempre tiene que haber un tonto en la sala” y, para no variar, España siempre se lleva el máximo de los galardones. Coincido completamente con las críticas de Lázaro hacia nuestra sociedad, pero en este comentario me gustaría llegar un poco más lejos.

¿Por qué no se conservan los maravillosos ideales de Platón y su “República”, su intelectualismo moral o su teoría ético-política y sí se sigue conservando la absoluta tiranía con la que el Gobierno o la Iglesia nos sigue manipulando como a unas marionetas?

Y es que no concibo un Gobierno en el que su líder no tenga estudios superiores o sepa simplemente hablar inglés. Pero aún menos puedo entender cómo una “secta salvaje” como es la Iglesia ha podido durante tantos y tantos años estar al mando del poder y cometer tantos crímenes como lo ha hecho.

Recientemente he estado en la Basílica de San Pedro del Vaticano e inevitablemente quedé atónito ante su “Capilla Sixtina” o sus “Museos Vaticanos”, pero no pude recapacitar sobre esas desmesuradas y el lugar de procedencia de esa financiación para construirlas. Mientras había gente en la calle muriéndose de hambre, ese bueno y caritativo clero seguía indiferente para no perder ni una sola moneda para construir sus iglesias y monasterios.

Debido a esta avaricia de la Iglesia y al continúo analfabetismo que hemos ido arrastrando siglo tras siglo, no por culpa del obrero, sino por culta de los gobernantes que desde un principio no proporcionó una buena educación al ciudadano para, por otro lado, seguir abasteciéndose con sus riquezas, somos lo que somos y nos merecemos nuestro actual grupo de zoquetes y perezosos.

Ojalá hubiera habido desde un principio un grupo de personas, al poder ser intelectuales, que con un poquito de cabeza y racionalidad, hubieran construido una España mejor, basándose en el esfuerzo y la constancia, para que yo hubiera vivido en una nación digna.

Pero la realidad es la realidad, y solo espero que este deseo, que no se ha cumplido, pueda llevarse a cabo de ahora en adelante, para que mis hijos y generaciones próximas puedan vivir en una España justa, la España deseada.


Juan Antonio Pérez Lorente, 2º Bach. C 

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